De hecho, cuanto más difícil era el reto, mayor era su pasión; y siempre tenía que transformarse «con varios disfraces y formas animales», a fin de pasar desapercibido de esposos furiosos y de padres posesivos. Para Leda, se transformó en cisne; para Europa, en un toro; para Demeter, en potro, y para Dánae, en lluvia de oro. No obstante, en el momento que alcanzaba su deseo, el objeto de su amor ya no le apetecía y salía de inmediato en busca de otro.
Hera, por su parte, pasaba la mayor parte del tiempo sintiéndose herida y rechazada. Concentraba todas sus energías en buscar pruebas del adulterio de Zeus y elaborando después algún plan astuto para humillarlo y vengarse de sus amantes. Parecía como si eso diera significado a su vida, ya que hacía muy poco más. Los hijos ilegítimos de Zeus —que eran tantos como las estrellas del firmamento— eran las víctimas propiciatorias de la cólera de Hera, y siempre perseguía a los que ella pensaba que Zeus podía querer más que a sus hijos legítimos. Volvió loco a Dioniso, y se las arregló para hacer que su madre muriese en la hoguera; atormentó a Heracles, el hijo de Alcmena, con tareas imposibles(los 12 trabajos de Heracles). Llegó a atar a su esposo con correas y a amenazar con deponerlo, aunque este fue, conveniente e inevitablemente, rescatado por los otros dioses. A pesar de todo, continuó su relación, y periódicamente su pasión volvía a resucitar.
Hera fue muy capaz de pedir prestada a Afrodita su guirnalda de oro para hechizar y excitar el deseo de Zeus y satisfacer sus propios fines. Durante la guerra de Troya, Hera (que sentía un resentimiento particular por los tróyanos) utilizó esta guirnalda de oro para seducir a Zeus y evitar que ofreciera su protección a Troya.
Zeus sentía tantos celos como Hera, y se guiaba por una doble medida. Una vez, un mortal llamado Ixión deseó seducir a Hera; pero Zeus leyó su mente y formó una Hera falsa a partir de una nube, con lo cual Ixión consiguió satisfacer su deseo. Después, Zeus le ató a una rueda ardiente que rodó por los cielos eternamente. En otra ocasión, Hera decidió que ya había soportado bastante, de modo que abandonó a su marido y se escondió. Al no tener a su poderosa esposa a su lado argumentándole y regañándole, el gran Zeus se sintió desposeído y perdido. Sus otros amores le parecieron, de repente, menos interesantes. Buscó a Hera en todas partes. Finalmente, siguiendo el sabio consejo de un mortal experimentado en asuntos matrimoniales, Zeus hizo correr la voz de que estaba a punto de casarse con otra. Hizo una estatua de una joven hermosa, envuelta en velos como una novia, y paseó con ella por las calles. Al oír los rumores que Zeus había hecho circular, Hera se apresuró a salir de su escondite, corrió hacia la estatua y rasgó los velos de su rival imaginaria, descubriendo que estaba hecha de piedra. Cuando se dio cuenta de que le habían engañado, se echó a reír y la pareja se reconcilió durante algún tiempo. Y por lo que sabemos, todavía deben estar regañando y reconciliándose, hiriéndose, engañándose y amándose el uno al otro en el Monte Olimpo, incluso en nuestros días.
Comentario: El matrimonio de Zeus y Hera ciertamente no es muy armonioso. No obstante, hay pasión y emoción en este matrimonio, y cualquiera de los cónyuges está perdido sin el otro. Superficialmente, puede que adoptemos una posición moral y condenemos el adulterio de Zeus. Sin embargo, hay aspectos más profundos en este matrimonio, que nos pueden sorprender con sus intuiciones sobre lo que une a las parejas.
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